Es omnipresente. Es inevitable. Fueron 40 años. Son 10 de paz. Es la base de la construcción de una identidad nacional. No por nada el Camarada Presidente es el Arquitecto de la Paz. Y es curioso poder observar, medio desde afuera, de qué forma un país utiliza los elementos de su historia reciente en la construcción de su relato. La guerra se usa en casi todos los casos como una explicación de algo. ¿Los hospitales son insuficientes? Fueron destruidos por la guerra. ¿El tránsito en Luanda es un caos? La migración interna hacia Luanda provocada por la guerra hizo colapsar la infraestructura. ¿Hay escasez de mano de obra calificada? Los pibes tenían que ir a la guerra temprano y no podían estudiar. ¿La comida es cara? La guerra afectó principalmente a las zonas rurales.
Uno no escucha, sin embargo, relatos de la guerra en primera persona. Rara vez la guerra es una circunstancia específica que provocó que uno actuara de determinada manera, sino que generalmente es un ente ajeno, una tercera persona que generó muchos inconvenientes y desgracias, pero a todo un pueblo de manera uniforme y no a un relator específico. En lugar de ponerme a escribir sobre cosas que no entiendo mucho (lo que he hecho en muchas ocasiones), le cedo la palabra a alguien que sabe más. En su último libro, "Os Transparentes", el escritor angoleño Ondjaki escribe (la mala traducción es mía, la estructura formal es del autor):
y la novia pensaba que
con excepción de ella misma y de su madre, todos los angoleños tenían alguna paranoia con armas o armamentos, todos tenían una historia que contar que contenía un arma, una pistola, una granada o al menos una buena historia que contuviera un tiro, o una ráfaga de tiros, algunos tenían cicatrices en el cuerpo, otros atribuían a cicatrices varias los episodios que fabulaban por fuerza de necesitar de ellos,
un modo, llamémoslo así, colectivo de revivir la guerra y sus episodios, los combates y sus consecuencias, aunque fuera de oír hablar, o de haberse escuchado en la radio antiguamente, en los días en que la guerra había sido un elemento cruel pero banal de la realidad, y aún hoy disociar a la guerra del cotidiano era casi un pecado
y de arma en arma, de tiro en tiro, de conversa violenta en brutal descripción el fantasma de la guerra continuaba libre - en cada esquina de Angola en algún momento, aunque fuera en los primeros instantes de las mañanas más limpias alguien estaría dispuesto a sacrificar su silencio para hablar, aunque más no fuera implicitamente, de una guerra cualquiera, la suya o la del vecino, de su familia o del hijastro que viene de una provincia más sufrida, inyectando en casamientos, funerales, en las horas de trabajo, en los bailes, en las artes y hasta en el amor una casi innata pericia para hablar sobre ese asunto monstruoso como quien suavemente y sin miedo acariciara las espaldas de un monstruo rabioso y atormentado por una falsa paz con apariencia de agotamiento
así, en la manera de actuar y de reaccionar, de recibir a los otros y de ir afuera a contar en muchas versiones la herida nacional, el angoleño invertía gran parte de su imaginación en recuerdos que la mayoría de las veces no eran suyos, o proyectando en el pasado lo que podría haber ocurrido, o haciendo clarísimas alusiones a un futuro que por suerte no ocurriría y bien revisadas las cosas - al fin y al cabo, tratándose de tamaña cicatriz social - la verdad es que cualquiera sin pedir autorización a los demás podía de hecho recurrir a la llave mágica de la palabra para abrir la gigante caja fuerte donde el monstruo decidió vivir
"la guerra", se decía, "es un recuerdo que siempre sangra, y en cualquier momento uno abre la boca, o hace un gesto, y lo que sale es un esbozo encarnado de cosas que ni sabías saber"
Inside the resurgence of Jewish-led Palestine solidarity
Hace 17 horas